Grupo Córdoba 96

domingo, 23 de noviembre de 2008

Experiencia: Viaje a Madagascar Julio 2008






Todo empezó en Noviembre de 2007, o quizás no, tal vez fue unos años antes, 12 años antes, en Córdoba, el año que Gustavo (Monseñor Gustavo) visitó España y un grupo de amigos, antiguos seminaristas, decidimos juntarnos para pasar un fin de semana con él y volver a reunirnos todos. Allí nos contó sus experiencias en Madagascar e hizo que nos enamoráramos de aquel país tan lejano hasta el punto de hacerlo parte de nuestras vidas. En ese fin de semana adquirimos el compromiso de apoyarle en todos los proyectos que nos presentara y eso nos ha servido de hilo conductor en todos los encuentros. Pero faltaba algo, sabíamos que teníamos que dar otro paso y este empezó a darse cuando algunos miembros de nuestro grupo visitaron Madagascar para acompañar a Gustavo en su ordenación como Obispo y algún año después otra compañera tuvo una experiencia similar, pero fue el año pasado, aprovechando de nuevo la visita a España de Gustavo, ya como Monseñor y del P. Basilio, cuando en el Santuario nos animaron, a nuestro grupo Córdoba-96 a que volviéramos, como grupo, a Madagascar y así surgió la idea de preparar el viaje que ha cambiado nuestras vidas.
La llegada a Tana fue emocionante. El viaje había sido larguísimo y allí, en un aeropuerto un poco oscuro y un tanto agobiante, estaba Gustavo, con una bandera de España, esperándonos. La selección de fútbol estaba ganando en la final del campeonato de Europa y se veía a lo lejos en un pequeño televisor. Tana es una ciudad bulliciosa y llena de color por el día y triste y oscura por la noche. Nuestra primera dificultad fue encontrar las pinturas y pinceles necesarios para conseguir uno de nuestros objetivos en Tsiroanomandidy que era pintar dos retablos en la catedral: en una capilla, el bautismo en el Jordán y en otra, la Última Cena. Terminadas las compras y con el disgusto de P. Miguel Ángel Castillo, por ser escasas y de muy mala calidad, emprendimos el camino hacia Tsiro en un autobús, en taxi-brousse, que en realidad era una furgoneta. El camino transcurre por una carretera asfaltada y bordeada por innumerables aldeas y casas de adobe y paja. Hombres y mujeres caminan por las cunetas y da la sensación que es un ir y venir a ninguna parte. Los niños corren tras el autobús, otros se nos quedan mirando extrañados y siguen jugando entre la basura. Atravesamos algunas aldeas más grandes y todo hierve, coches, motos, bicicletas, animales. A la vez que todo es pobreza y miseria, también es vida y color. Y a diferencia de las miradas que veíamos en los niños de Tana por aquí eran muy amables. Después de 6 horas llegamos a Tsiro y es increíble lo bonita que se ve la catedral desde lejos. En el obispado están el P. Basilio y los niños y jóvenes de la parroquia esperándonos y es emocionante ver la sonrisa y la mirada de los niños. Con Lea, nuestra intérprete, nos presentamos a ellos y da la sensación que por primera vez desde nuestra llegada oímos hablar en malgache. Es la misma gente que en Tana, la misma pobreza, la vida que se hace en las calles, pero hay otro calor, otra esperanza. Hasta ahora hemos estado pendientes de los mosquitos, de la malaria, de la comida tan rara, de los agobios de la distancia, del estado de la carretera, de los coches cochambrosos, de las casas semiabandonadas, de la suciedad, de la miseria y nos habíamos olvidado de la sonrisa, del calor humano, de la bondad, de la alegría, de la generosidad, de la amabilidad, estábamos pendientes de nosotros y ahora hemos descubierto a los demás y Madagascar empieza a tomar otro color. En Tsiro nuestra vida se desarrolla entre las pinturas de la catedral, las visitas a los lugares en los que están trabajando los trinitarios, las visitas a las monjas clarisas y trinitarias y a la granja del Padre José Hernández, a la emisora local de radio y el trabajo en unas parcelas en las afueras del pueblo donde Gustavo quiere hacer una escuela. Siempre estamos rodeados de niños y de jóvenes. Gustavo está las 24 horas del día ocupado entre visitas y reuniones. Los días son muy intensos en la diócesis de Tsiro. Amanece muy pronto y de noche hay muy pocas luces. Esto y que las casas en su mayoría son sólo una habitación, hace que desde muy pronto se llenen las calles de gente comprando y vendiendo, en Madagascar nada se tira, todo se compra y se vende. Y de niños, corriendo y jugando, descalzos la inmensa mayoría y con una sonrisa eterna. En esos días se celebraba en la diócesis un concurso de Biblia y exhibiciones de cánticos, en los que participaban de muchos pueblos, incluso de Maintirano, que está a 2 días de camino, aunque sólo haya una distancia de 400 kilómetros. Afortunadamente pudimos terminar las pinturas en el tiempo estimado y concluimos la primera parte de nuestra estancia en Madagascar con la participación en una celebración eucarística de más de 4 horas de duración, a la que asistieron más de 1000 personas y estuvo presidida por Monseñor Gustavo y en la que pudimos comprobar cómo hay en Madagascar una iglesia joven y participativa, alegre y solidaria y la gran labor que está haciendo la iglesia católica en general y en particular los trinitarios en esa parte tan alejada del mundo. Participar en una celebración así te renueva espiritualmente y te hace comprender que el esfuerzo que hacen nuestros misioneros, día a día, dejando su juventud en aquella tierra, tiene sentido.
La segunda parte del viaje la iniciamos después de haber hecho acopio de 140 barras de pan, 100 litros de agua y latas de sardinas y mortadela porque en realidad se iniciaba algo parecido a un safari. Íbamos a estar 2 días incomunicados hasta llegar a Maintirano que está a 400 kilómetros. Nos acompañaban los muchachos-as y profesores-as de Maintirano y Morafenobe que habían participado en los concursos celebrados en la catedral. Disponíamos de 3 coches 4x4. El nuestro completo, pero los de ellos, tan repletos que es difícil entender cómo podían acomodarse por dentro y por fuera y sin perder la sonrisa. Para la mayoría era un gran viaje. Nunca habían visto la catedral y eso compensaba todo el polvo que iban a tragar. Madagascar no podrá avanzar si sigue manteniendo esas rutas de comunicación. Caminos que avanzan por la sabana inmensa y solitaria. Espacios abiertos, hierba seca alta, rajas en la tierra, como hechas a hachazos, sumergidas, ocultas, de las que nacían palmeras preciosas, espacios verdes. Caminos que atraviesan las sierras por la cresta. Cuestas altas, peligrosas, como arañadas por un gran gigante, con agujeros y baches provocados por las lluvias y la erosión. A veces mientras avanzábamos sólo se veía el cielo, porque la tierra, el camino, se perdía bajo nuestros pies. Los coches se deslizaban o trotaban o brincaban. Después de una bajada una subida y luego otra bajada, incluso más peligrosa. Los coches eran como caballos desbocados intentando desmontar a su jinete. Los movimientos tan bruscos que parecía que nos iba a descoyuntar. Así y atravesando ríos sin puentes iban pasando las horas y el paisaje cambiaba pero no llegábamos a ninguna parte.
Por fin llegamos a Beravina donde pasamos la noche. Aquí de nuevo entendimos de dónde sacan las fuerzas Gustavo y Basilio para vivir en esta inmensidad y soledad, con esta incomunicación y desamparo. El recibimiento, el cariño que nos mostraron sus habitantes; la sonrisa perenne, los ojos limpios y sencillos. Nos ofrecieron todo y todo era nada pero nos lo daban de corazón y era más de lo que tenían. Nos prepararon colchones en el suelo, nos dieron de comer arroz, pollo y verduras y nos trajeron agua del río para refrescarnos. Por la noche alrededor de una gran hoguera cantamos y bailamos y reímos y sentimos el calor humano de esta bendita tierra malgache. Al amanecer partimos hacia Maintirano. Llegamos absolutamente sucios de polvo, de grasa, de sudor, pero ¡qué sensación de felicidad al llegar a la Misión Trinitaria! Es un sitio precioso aunque los edificios están mal estructurados, mal diseñados pero es amplio y tiene unas vistas al océano Índico increíbles. Está situado en lo más alto del pueblo. En los terrenos pertenecientes a la Misión está la iglesia, el campo de fútbol, el colegio, el centro nutricional, algunas chozas de lugareños a los que se les ha dejado construir dentro porque no tenían nada y unas aulas semi-abandonadas que eran uno de nuestros objetivos, pintarlas y acondicionarlas para clases de secundaria. Los otros objetivos eran dar clases de inglés y español para los niños del colegio y una semana deportiva organizando partidos de fútbol para los niños-as y jóvenes de la parroquia. Además de esto, visitaríamos otros pueblos y aldeas en las que nuestro grupo Córdoba-96 había ayudado a construir alguna escuela o algún pozo, a sugerencia de Gustavo y Basilio.
Es difícil explicar cómo sucedió, pero de pronto nos vimos cumpliendo todos estos objetivos de forma natural, sin mayores esfuerzos, porque estábamos rodeados continuamente de niños y mayores. Nos acompañaban en el trabajo, en los paseos por la playa, en el mercado, en los juegos, en el descanso, siempre rodeados, como formando parte de su pueblo. Estábamos integrándonos en su ambiente, en sus costumbres. Cristina y Lea tenían las clases llenas de niños y mayores, en las aulas que estábamos pintando siempre había un grupo de chicos y chicas ayudándonos, para señalizar el campo de fútbol había “lista de espera”, y por las tardes la misión era un hervidero de gente, jugando al fútbol y al baloncesto, los más pequeños corriendo en busca de globos y chuches o queriendo que les pusiéramos alguna tirita como a los mayores que se hacían heridas jugando, el P. Basilio repartiendo arroz y dinero entre los más pobres del pueblo y los del coro ensayando en la Iglesia lo que finalmente descubrimos que era un homenaje para nosotros, un concierto en nuestro honor. Estaba claro que nosotros poníamos buena disposición pero era evidente que la parte importante eran ellos, que nos ofrecían su amistad a cambio de nada. Nos hicieron partícipes de sus ceremonias, nos hicieron sentir parte de su comunidad.
El trabajo de tantos años de los Trinitarios, su entrega incondicional se estaba demostrando en cómo se volcaban con nosotros, en cómo querían hacernos agradable nuestra estancia entre ellos. Era como querer devolvernos a nosotros todo lo que les están dando a ellos nuestros religiosos, nuestros misioneros.
El día que nos íbamos de Maintirano pareció que amanecía más temprano. Ya había niños en el patio, silenciosos, serios, encogidos por el frío de la mañana, tristes, esperando para decirnos adiós. Fue una mañana en la que sólo podíamos tragar saliva, incapaces de articular ninguna palabra. Nos íbamos de aquella tierra que con tanto cariño nos había acogido.
El camino hacia el parque natural de Bekopaka para ver los Tsingys lo hicimos masticando y rumiando tantos y tantos recuerdos y vivencias. Pasamos por Morondava, cruzamos el río Manambolo, visitamos a los trinitarios en Antsirabé y finalmente, después de 4 pinchazos y 2 reventones de nuestro 4x4, llegamos a Tananarive donde volvimos a reunirnos con Monseñor Gustavo que estuvo con nosotros hasta que cogimos el avión de vuelta para España.
Si algo hemos aprendido es que, aunque Madagascar está muy lejos en la distancia, es un pueblo muy cercano a nosotros y que necesitan nuestra ayuda. Gracias a la orden Trinitaria y especialmente a Gustavo y Basilio hemos tenido la suerte de conocer y compartir experiencias con gente que aunque de alguna forma siempre había estado presente en nuestras vidas, nos han sorprendido y nos han enseñado a dar valor a las cosa que realmente lo tienen. ¡Ojalá sepamos llevarlo a la práctica!
En nuestro grupo Córdoba-96 vamos a seguir estando a disposición de lo que Gustavo y Basilio puedan necesitar de nosotros para intentar mejorar las condiciones de vida del pueblo malgache.
(Para el próximo año, acondicionar la misión de Maintirano, ayudar al coro de la iglesia y potenciar la emisora de radio de Tsiroanomandidy).

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